jueves, 4 de julio de 2013

Daniel Armas




Hace 68 años, Daniel Armas escribió Barbuchín, una de las obras literarias más reconocidas del país. Son 49 cuentos en los que el autor plasmó valores como la caballerosidad, la rectitud y el respeto.
Corrían los primeros meses de la década de 1940 cuando Armas creó al personaje Barbuchín, “un enanito de pelo largo, de 70 años, y tan pequeño como el dedo gordo”. “Ese fue el primer cuento que escribió mi papá. Quizás su intención fue hacer una serie del protagonista, pero, al final, cambió de rumbo y terminó haciendo otras historias”, cuenta Judith Armas, hija del autor. En la edición también trabajó la esposa del escritor, Virginia Recinos.
Cuentos como El patito glotón, Micifuz, La arañita tejedora, La ranita reina, Payasito alegre, El tragaleguas o Ratonín tiene automóvil son hoy clásicos. Muchos niños aprenden a leer gracias a esa colección. Los más grandes, asimismo, recuerdan con nostalgia los días en que se sentaban con sus padres para la lectura.
Cada historia tiene un dibujo, cuyo autor fue Enrique De León Cabrera —amigo de juventud de Armas—, y fueron pintados por Antonio Pineda Coto. Las ilustraciones permiten que los niños imaginen las situaciones y las discutan en clase.

El libro —publicado por primera vez en 1941—, por lo regular, se utiliza con los estudiantes de primero o segundo grado de primaria. “El maestro debe luchar para que los niños lean; hay que volver a ilusionarlos, porque la tecnología los está guiando a lados no precisamente buenos”, refiere Judith Armas. “Mi papá solía decir que no había que aprender lo fácil, sino lo difícil”, agrega.
Las historias compiladas en Barbuchín son sencillas y, además, permiten que los lectores aprendan en poco tiempo nuevas palabras. “Es una lástima que los pequeños de hoy tengan vocabulario pobre, que se expresen con medias palabras y que su español esté influenciado por el inglés”, apunta Judith Armas.
Educador
Don Daniel, como conocían al escritor, también fue maestro, de esos que han nacido para serlo. Su hija lo describe como un hombre con presencia, amable, sociable y, sobre todo, estricto. De hecho, sus alumnos y sus dos hijas le tenían temor, aunque con el tiempo eso se transformó en respeto. Incluso, si alguien le decía a don Daniel: “Fíjese que toavía…”, lo interrumpía de inmediato y le corregía. “Permítame, señor; no se dice toavía; lo correcto es todavía”. Al respecto, Judith Armas cuenta que le daba pena que su padre hiciera eso en la calle, y con cualquier persona; sin embargo, él le contestaba: “Hija, Guatemala es un lugar muy pequeño y estamos muy atrasados; si no hacemos educación por todos lados, nunca va a progresar”.
Don Daniel tuvo dos colegios: el José Martí —que ya no existe—, y también fue director y propietario del Lehnsen, el cual vendió, en la década de 1960, a sus actuales dueños. Además, trabajó en el sector educativo con varias instituciones de Totonicapán, Quetzaltenango y Guatemala.
Falleció en 1984, a causa de cáncer. Don Daniel ya no podía ver, pero de seguro en su mente guardaba con gran aprecio el recuerdo de su pequeño Barbuchín.

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